Un día mi hijo Hugo me soltó: “Papá; nacemos, luego crecemos, nos hacemos viejos y nos morimos. Y eso… ¿cuántas veces?”. A veces la ingenuidad de los niños los hace exactos. La pregunta era perfecta. Supe que ninguna respuesta estaría a su altura y no contesté.
O sí. Respondí y respondo con mi trabajo de escultor. Estoy seguro de que él, desde su atalaya infantil, lo entiende. Mis esculturas hablan de la vida que se inicia en breves simientes, que se abren en la tierra y brotan inevitablemente, y crecen hasta representarse en árboles que susurran o gritan. Y todo eso en un ciclo -en una “redonda” diría él- eternamente repetido.
¿Cuántas veces?
Todas las veces, siempre.
Deseo y temo su siguiente pregunta.